Corrupción en Villablino 1987-2013 (IV)

Publié le par Manolo Barrero

Gillermo-Murias.JPGIU también bajo sospecha. A los ciudadanos les repugna sus mentiras, su cara dura, el uso que hacen del poder que por delegación ostentan y los privilegios de que disfrutan. Una antipatía que, en la mayoría de los casos, nuestros próceres se han ganado a pulso. Y eso mucho antes de que comenzaran a exponerse en el escaparate público la larga ristra de sus corruptelas. Pero quizá lo más irritante de algunos políticos es que se gargaricen con términos como democracia, respeto, tolerancia, participación... Máxime, cuando está acreditado que usan y abusan del poder para sofocar la crítica, por insignificante que sea. Estos días el PP amenaza con disparar judicial e  indiscriminadamente contra todo aquel que ponga en duda su verdad. Que por huevos tiene que ser también la única y verdadera. Como el mismísimo Dios. Suena a déjà vu. El mismo modus operandi de siempre. La amenaza de las togas y de los banquillos. Lo que sucede es que ya los tenemos tan calados que sus amenazas nos la bufa. Y con casos prácticos como este todavía más.

El día 1 de diciembre de 2006 comparecí como denunciado a un acto de conciliación que se celebró en el Juzgado de Villablino. El denunciante, el mismísimo alcalde Guillermo Murias de IU. Se enojó hasta más allá de lo soportable al leer lo publicado en la Web de Los Verdes el 8 de septiembre de ese año. Raudo y veloz acudió a la emisora local y después de tratarme de miserable anunció la interposición de una querella por injurias y calumnias. Era preciso que la ciudadanía supiera de primera mano que la cosa iba, pero que muy en serio. Sin embargo, todo era un bluf. El clásico montaje propagandístico del político fingiendo el agravio. Finalmente la querella se quedó en un paripé de acto de conciliación. Ante su señoría sostuve íntegramente lo publicado y fui mucho más lejos. Le hice entrega de un escrito con un relato detallado de los hechos y una serie de nombres y apellidos. Naturalmente, firmado y asumiendo todas las responsabilidades que pudieran derivarse.

El meollo de la cuestión se refería a un turbio asunto ocurrido en el año 1997. La presunta compra de un concejal de la oposición para desbaratar una moción de censura que hubiera desalojado a Murias de la Alcaldía. Un caso de presunta corrupción en suma. Los medios de comunicación se hacen eco en septiembre de 1997 de lo que viene siendo desde hace semanas vox pópuli en todos los mentideros políticos. Los portavoces de los grupos políticos del PSOE y del PP han llegado a un acuerdo y presentarán una moción de censura. Y como la suma de ambos es mayoría absoluta el resultado está cantado. Lo que no habían previsto es que justo en el último instante un edil socialista diera la espantada presentando su dimisión. Además, de manifestar públicamente su deseo de que siguiera gobernando IU. El alcalde podía dormir tranquilo, pues el sustituto del dimitido era furibundo enemigo de su compañero de partido, Pedro Fernández. El gran muñidor de la fallida moción de censura.

Y ahora formulo la pregunta. ¿Qué harías si un fulano en una cafetería, con tres corresponsales de prensa como testigos, te acusa de haber comprado con dinero del ayuntamiento al concejal en cuestión? Y, además, sabiendo que dio toda clase de detalles. Lugar de la negociación, nombres y apellidos de los participantes, importe abonado y contrapartida para el intermediario etc,. Ese relato al completo figura en el escrito que entregué en el Juzgado con la esperanza de que Murias presentara, de verdad, la querella. Pues no. Incomprensiblemente nunca más se volvió a hablar del asunto. Aquel Murias indignado que aseguró a los cuatro vientos que no toleraría jamás que nadie pusiera en duda su honorabilidad, súbitamente enmudeció. ¿Por qué estando en posesión de las pruebas no presentó la querella? Porque una de dos. O el fulano de la cafetería mentía o eran Los Verdes los que fabulaban. Para que luego nos cuenten que son transparentes. ¡Venga ya! Murias con su actitud lo que hizo fue extender aún más el manto de la sospecha sobre un asunto ya de por sí muy turbio.  Sin embargo, lo que sí dejó muy claro es que quería liquidarse al mensajero. Cuidado que son torpes.

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