Villablino, a 23 de febrero de 1981

Publié le par Manolo Barrero

Tejero.jpgA lo largo de los últimos 30 años, si mi memoria no me juega una mala pasada, creo que es la primera vez que escribo algo sobre la tardenoche del 23 de febrero de 1981. Y si lo hago, en parte, es por el ex camarada Laudino García. Por su culpa, o gracias a él, ayer recibí una serie de llamadas de amigos que se habían asomado a las páginas de Diario de León y atónitos leyeron mi nombre entre los «veinte fusilables de León». Haya existido o no la lista en cuestión, si parece ser cierto que un servidor era objetivo de los amigos del golpista Tejero. En Villablino (León), localidad de la que en esa época era alcalde comunista, han corrido toda suerte de rumores sobre mi paradero esa noche. Que si me había refugiado en una mina abandonada, que si en una cabaña en el monte, que si había huido a Francia, en fin lo típico de estos casos.

Ese 23F había tenido una mañana particularmente repleta y por la tarde debía presidir la Comisión Permanente en el ayuntamiento. A las 6:20 de la tarde exactamente, cuando en compañía del Secretario de la Corporación estaba firmando un par de carpetas repletas de documentos, llamaron a la puerta del despacho. Era el camarada Ramiro Pol. Acababa de recibir una llamada del camarada Francisco Romero Marín del Comité Ejecutivo del PCE. Le comunicaba que los golpistas habían entrado en el Congreso de los Diputados, que la situación era todavía muy confusa, pero de extrema gravedad.  Dos fueron los encargos que le hizo a Pol. Uno, poner a salvo los archivos del partido. Otro, extremar las medidas de seguridad entorno al camarada Manolo (un servidor). Pol irrumpió en el despacho y dijo: “nos vamos, ha habido un golpe de Estado”. En apenas dos minutos estábamos en la calle. Mi sorpresa fue encontrarme a la puerta del ayuntamiento un Lad-Rover de la Guardia Civil. Volví al despacho y llamé al capitán. Abilio, ahora no recuerdo sus apellidos, era un joven capitán enérgico y con esa seguridad que lo caracterizaba me dijo: “mis hombres están ahí para protegerte”  y añadió, “pase lo que pase, mientras yo esté al mando de esta comandancia puedes estar tranquilo que no te pasará nada”. Son frases que no se olvidan jamás. Me preguntó si iba a permanecer en Villablino y si podía estar localizado, tanto para asegurar mi protección como para lo que fuera necesario. En esa época, como no se habían derogado todas las leyes franquistas, el alcalde seguía siendo el jefe local de todo.

Finalizada la conversación nos dirigimos hacia el domicilio de Pol. Lo primero que hicimos fue poner a buen recaudo todos los archivos. Una tarea relativamente sencilla y rápida, puesto que el sofisticado escondrijo de la clandestinidad seguía intacto. Sólo Pol, Maruja (su mujer) y yo lo conocíamos. Realizamos algunas llamadas y poco a poco la gente comenzó a llegar. Se impartieron las consignas de rigor, nunca mejor dicho, se intentó hablar de nuevo con Romero Marín, pero fue imposible y se optó por afrontar la situación con nuestros propios medios. En medio de toda esa agitación aparecieron algunos compañeros del PSOE, Rodrigo, Julio y alguno más. Estaban asustados y sin saber que hacer. Hubo quien apuntó la idea de salir inmediatamente de Villablino. Me opuse a esa idea por considerarla la peor de todas las posibles y, sin duda, la más arriesgada. Hacia Asturias sólo se puede salir atravesando un puerto. Eso sí, se puede elegir entre el de La Collada, Leitariegos o Somiedo. Hacia León sólo hay dos salidas posibles. Por Omaña, pero hay que atravesar el puerto de la Magdalena o por Babia. En todos estos casos hay demasiados tramos vacíos y detener un vehículo es muy sencillo. Tampoco la salida hacia el Bierzo ofrece mayor seguridad. En resumen, que prevaleció el criterio de permanecer y de tener que salir hacerlo de día.

La obsesión de Pol y de algún otro camarada era mi seguridad. Recuerdo perfectamente, como durante la noche, Javier una y otra vez repetía “aquí lo importante es que no detengan a Manolo”. Era su manera de autoconvencerse de que él no era importante y por consiguiente no corría los mismos riesgos. Mariano no abrió la boca nada más que en un par de ocasiones. Aparentemente estaba tranquilo, en realidad estaba como todos los demás. Y no era para menos. Los cinco que allí estábamos sabíamos perfectamente lo que podía suceder si la intentona golpista lograba su objetivo.

Una vez que el rey apareció en televisión tuvimos la certeza de que Tejero y los suyos habían fracasado y sobre las 7 de la mañana abandonamos nuestra guarida de fortuna. Nuestro anfitrión hace algunos años desveló el secreto y puede que en Laciana muchos lo conozcan. Por mi parte, y porque esa fue la condición que nos impuso nuestro anfitrión, seguiré siendo fiel a la promesa que hicimos de no desvelar el lugar en el que habíamos pasado esa noche. Y para que los que no vivieron aquello puedan hacerse una idea, sólo un par de apuntes más. De regreso hacia casa de Pol nos encontramos con los trabajadores del relevo de la mañana que se dirigía hacia las desparecidas cocheras de ALSA. Algunos cambiaban de acera para no cruzarse con nosotros. Otros hacían semblante de no vernos y de vez en cuando alguno nos saludaba desde la distancia. No recuerdo que ninguno se haya detenido para saludarnos y preguntarnos de donde veníamos a aquellas horas. También hubo – y no pocos – que esa noche quemaron el carné del PCE y todos los materiales que tenían en su casa con el martillo y la hoz. Y después están los desaparecidos. Es decir, los que no volvieron a parecer en ninguna reunión. Esa fue su manera de borrarse del partido. La manifestación que se convocó en Villablino a favor de la democracia y contra los golpistas, contrariamente a lo que cuentan los que tocan de oído tampoco congregó a una multitud. Apenas unas doscientas personas. Bien es cierto que hacía una tarde noche de perros y eso sirvió de excusa a más de uno. Treinta años después sigo políticamente comprometido.

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